domingo, 24 de octubre de 2021

El regalo

- Mira lo que me he comprado.

Recibí en mi móvil aquella foto de Mara con unos leggings efecto cuero sin nada más que la cubriera mientras estaba en el trabajo.

Había vuelto a Barcelona durante unos días y como es habitual, allí solía dar rienda suelta a sus fantasías.

- ¿Qué te parece? - insistió.

Miré a mi alrededor para comprobar que nadie leía la conversación.

- Habrá que comprobar su resistencia - le respondí.

En mi mente ya podía oír el sonido de los azotes en su culo cubierto por el cuero. Resulta curioso como una pieza de tela (y la excitación que ésta produce) es capaz de transformar incluso el silbido del cinturón al restallar contra la piel.

- Pues se te acumula el trabajo - replicó Mara insolente.

Si algo conozco de Mara, es que no suele hablar a la ligera y que cuando lo hace, significa que está dispuesta a dejarse llevar.

Sin poder quitarme aquella foto de la cabeza,   imaginaba sus piernas abrazadas por el cuero, mientras esperaba de espaldas el beso de la palma de mi mano en su culo.

Solo faltaba un elemento. Unos tacones la suficientemente altos para exponer sus nalgas y permitirme acceder a su entrepierna mientras la azotaba. Además, estaba seguro de que regalarle unos zapatos me proporcionaría un motivo para castigarla y no me equivoqué.

- ¿En serio?. Un poco demasiado altos, ¿no crees?. No voy a aguantar con estos tacones. - ya había picado el cebo.

- Puedes ir descalza si lo prefieres. Y ya que caminas como un animal, puedes comer a cuatro patas como lo hacen ellos. - se ruborizó, pues no está acostumbrada a que le hable de manera tan tajante.

No puedo negar que aquellos zapatos junto al pantalón ajustado resultaban extremadamente provocativos, pero me gustaba que la gente la mirara mientras nos dirigíamos al restaurante y ella, al sentirse observada, se mostraba más dócil a la par que excitada. 

Aparqué el coche a un par de calles de distancia para ver su reacción y para mi sorpresa no articuló palabra hasta que estuvimos sentados.

- Me duelen los pies - sollozó. El rojo de sus mejillas delataba que esa era la menor de sus preocupaciones. Se sabía el centro de las miradas y no es algo que le guste.

- Para presumir hay que sufrir - repliqué - Se que tienes la mente llena de perversiones ahora mismo, aunque no quieras reconocerlo.

Su sonrojo aumentó hasta hacerse brillante, mientras apartaba su mirada con esa sonrisilla picarona que tanto me gusta.

La cena transcurrió sin más lamentaciones y el agradable ambiente fue haciendo que se relajara poco a poco.

De vuelta hacia el coche tuve que ayudarla a caminar, era evidente que aquellos zapatos tenían las horas contadas.

- Me los quito ya. He cumplido. - afirmó.

- ¿Tú crees?. - giré hacia la izquierda y me dirigí a las afueras.

- ¿Ahora qué? - su cara delataba el enfado que suele sentir cuando no entiende que ocurre.

Paramos en el aparcamiento del centro comercial que se encuentra al salir de la ciudad. Su cara estaba tensa, no sabría decir si el miedo de la oscuridad había disipado por completo su excitación.

- Fuera - le ordené.

- Ni de coña - respondió reticente.

- Fuera y las manos sobre el capó - al entender lo que pretendía se tranquilizó un poco.

Salió todavía dubitativa y se colocó delante del coche, con las manos juntas sobre el capó. Dejé las luces encendidas y decidí poner el móvil a grabar desde dentro del parabrisas.

Al salir, me sorprendió que ya había separado sus piernas y como me imaginaba, su culo se ofrecía pareciendo rogar ser azotado. Su entrepierna desprendía un intenso calor y acompañaba a mi mano mientras la acariciaba.

- Ahora voy a enseñarte a ser agradecida con los regalos - le susurré al oído mientras tiraba de su pelo.

- Por favor - solo pudo balbucear.

Apenas fueron veinte azotes. El sonido era como mi mente lo había imaginado. A partir del décimo empezó a resoplar y dejar escapar un pequeño sollozo mezcla de dolor y excitación.

- Gracias por enseñarme a ser agradecida - dijo de manera espontánea tras el último azote.

- Y ahora vuelve al coche y ni una queja más hasta que lleguemos a casa.


Y lo que ocurrió en casa, es otra historia.



2 comentarios:

  1. Las chicas necesitamos aprender... Soy Candela, ya sabes.

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