jueves, 26 de septiembre de 2019

Historias II


Debatimos entre qué restaurante escoger, por aquella zona la propuesta gastronómica es de lo más variada. Al final nos decidimos por un restaurante con una decoración muy retro que me tiene absorta porque hay objetos viejos que han utilizado de decoración que ni siquiera puedo hacerme una idea de para qué servían. Él me explica cómo ha ido su reunión, parece preocupado. Cambiamos de tema, charlamos sobre el menú y sobre lo despistado que anda el camarero.
  • ¿Qué vas a pedir al final?
  • Mmmm creo que arroz y solomillo – aunque viendo los platos de las mesas de al lado habría pedido sólo un plato porque las raciones son tan grandes que sabía que no me lo iba a terminar
  • Bien
La situación me divierte, ya me ha explicado que habrá veces que él será quien decida qué debo comer, por varios motivos, principalmente porque piensa que como muy mal. Es bastante estricto con las comidas, pero por el momento, conmigo está siendo bastante laxo. Igual es porque le doy mucho la lata con el tema (me estoy riendo al escribirlo porque a veces me quejo por molestar).
Traen los platos y empezamos a comer mientras charlamos sobre temas triviales.
  • Quita el codo – me dice en un tono de voz bajo, con el ruido del local no entiendo lo que me ha dicho pero no le pregunto.
Al igual que es estricto en la alimentación también lo es en cómo comer. No poner los codos sobre la mesa, no coger las cosas con las manos, no comer con la boca abierta, etc.
  • Que quites los codos
Me subió un escalofrío por la espalda, entre otras cosas porque levantó la voz de forma que pudieron escucharle las mesas colindantes, me puse tan roja que no pude ni comprobar si alguien nos había oído. Me excita muchísimo que tenga la poca vergüenza de corregirme en un lugar público de ese modo, aunque en el momento me abochorne. Seguimos comiendo con normalidad y nos fuimos paseando hasta su casa. Al llegar me quité la ropa, me quedé con la camiseta y las braguitas y nos pusimos a charlar en el sofá.
  • Oye Sergio, la próxima vez podrías decirlo más bajito, no sé, dímelo al oído o algo
  • Te lo he dicho bajito la primera vez y no has obedecido
  • Es que no te había oído
  • Pues haber preguntado, de todos modos, ya sabes mis normas
  • Hombre, pero es que seguro que nos han oído las mesas de al lado
  • ¿Los conoces?
  • No
  • ¿Entonces?
  • Pero me da vergüenza, monguer
  • ¿Qué has dicho?
  • Que me da vergüenza
  • ¿Y qué más?
  • Nada
Me cogió del brazo, me puso sobre él a horcajadas y me dio una tanda rápida y fuerte de azotes que ni vi venir pero que picaba de sobremanera. El movimiento de poner la mano fue casi instintivo cosa que no le gustó nada. Me inmovilizó una mano en la espalda y con la otra me bajó las bragas de un tirón y siguió. Intenté incorporarme pero me apretó contra él.
  • Tumbate – su tono de voz era entre enfado y amenazador
No fueron muchos azotes pero los suficientes para dejarme el culo ardiendo y bien rojo.
  • Te he dicho muchas veces que a mí no me hables así, ya esta bien, ¿eh?
  • Si, sí, de verdad, lo siento, es que se me escapa espontaneo
Intenté separarme pero sin hacer demasiada fuerza hizo que me quedase recostada sobre él.
  • Quédate así
Me acarició el pelo un par de veces, la espalda, el culo. Me separé, lo miré y lo besé. Pasó su mano por mi clítoris, por mi coño, hasta meter el dedo entero, estaba realmente mojada y aquello sólo empeoraba la situación.
  • Voy a depilarte, ¿vale?
  • ¿Depilarme el qué?
  • Esto – dijo pasándome sus dedos por la linea recta del vello de mi coño.
  • Pero es que entonces cojo infecciones
  • Lo haré con mucho cuidado y no pasará nada, ya verás
  • Bueno... vale – dije tapándome la boca con los dedos
Fue a la cocina y al baño y trajo varias cosas. Una especie de barreño pequeño con agua, una cuchilla, jabón, una toalla, cojines, etc y lo dispuso todo en la mesa del salón. Me cogió en brazos y me puso sobre la mesa, una vez sentada me abrió las piernas para que quedase en la posición que él quería. La verdad que aquella escena me recordaba a la película “Las edades de Lulú”. Me pareció morboso a la par que me avergonzaba.
  • Si te hago daño me lo dices, ¿vale?
Asentí con la cabeza y él empezó a mojar la zona, ponerme jabón y pasar la cuchilla con mucha suavidad. Me sorprendió, ni siquiera yo tengo tanto cuidado cuando lo hago.
  • ¿Estás bien?
  • ¿Te duele?
  • No
  • ¿Quema el agua?
  • No
  • ¿Te da vergüenza? - Negué con la cabeza
  • Un poquito – me dijo divertido
  • Sí – le dije con una medio risa tímida
En realidad estaba excitada, con mucha vergüenza, pero excitada. Le había mencionado alguna vez a alguna que otra persona que esa escena me excitaba, me parecía muy sumisa, pero nunca nadie se atrevió a hacerla. Me metí en la ducha y al salir me senté en el sofá, él me abrió las piernas y me pasó la mano por encima, acariciándolo.
  • Así me gusta
Me pasó la mano por el coño, me metió un dedo. No sé dónde da o si es por el tamaño de sus dedos pero me produce mucho placer. Me gusta mirarlo cuando lo hace, tan serio, tan imponente. A veces me pregunto en qué piensa cuando te mira así con esos ojos tan azules. El ritmo de sus dedos aumenta, aún noto mi culo calentito de la azotaina anterior y estar sentada me resulta algo incómodo, pero en esos momentos, me da lo mismo... Lo que vino después lo podéis imaginar. 



jueves, 19 de septiembre de 2019

Historias

Estábamos en el salón de su casa, tras ver una película charlábamos distendidamente acerca de temas de lo más variados con una copa de azulo en la mano. No es que beba mucho, ni que fume mucho, de hecho hace diez días que he vuelto a fumar, aunque en contadas ocasiones, pero una copa en la mano y ese sabor dulzón me incita a hacerlo.
  • ¿Puedo? - digo enseñándole el paquete de tabaco.
  • Sí, pero en la ventana.
Estoy asomada a la venta, no hay nadie en la calle y la fría brisa me despeja la cara. Él sigue viendo videoclips en la tele que dice son míticos y yo me río porque, aunque son canciones que sonarían a todos, los bailes y el vestuario son ridículos (para esta época, claro).
  • Son unos craks - me dice animado
  • Sí, claro – le digo entre risas con un tono sarcástico
Al terminar cierro la ventana y me siento a su lado en el sofá, se me queda mirando pensativo, me pregunto en qué pensará, mentiría si dijese que no esperaba un beso en aquel momento. Esbozó una media sonrisa mientras me miraba a los ojos.
  • ¿Qué? - digo un tanto desconcertada
  • Vete a lavarte los dientes y dúchate
  • ¿Ahora?
  • Uff – dije yendo hacia el baño, sabiendo que seguía mis movimientos con su mirada
No me apetecía nada, pero era consciente de que ayer ya había hecho algo que no le había gustado, aunque no me lo dijese, nos habíamos conocido hacía poco pero empezaba a entenderlo. Así que me duché, me lavé los dientes y me sequé el pelo. Una de sus normas es que en su casa siempre tengo que ir en bragas y camiseta, así que iba a vestirme cuando me abrió la puerta del baño.
  • No te vistas
  • ¿No? ¿Por qué?
  • Ve a la habitación y te tumbas bocabajo en la cama, ahora iré yo
Se me pusieron los pelos de punta, no sé si por el frío y de imaginar lo que, en parte, sabía que sucedería. Estaba muy serio, parecía casi enfadado. No tardó en venir. 
  • Elije cepillo o cinturón
  • Cinturón
No hubo precalentamiento, ni caricias, ni sermón previo. Empezó a azotar mi culo fuerte, con ritmo, una nalga, luego la otra, de tal forma que cuando llevaba sobre los diez ya lo notaba ardiendo.
  • ¿Qué te dije ayer?
  • ¿Sobre qué?
  • Ya sabes sobre qué – dijo mientras no dejaba de darme azotes rítmicos en una sola nalga
  • Que no fumara – no me costó responder, sabía perfectamente por qué era el castigo
  • ¿Y por qué lo hiciste? ¿Eh? - me reprochó brúscamente
  • No lo sé
En esos momentos, en los que todo discurre tan rápido, me cuesta pensar, mi mente se disocia, el dolor de mis gluteos seguramente ya muy enrojecidos, el pensamiento de que tengo otra nalga más y más trozo donde azotar y las respuestas a sus preguntas se me agolpan en el cerebro.
  • ¿Que no lo sabes? - eleva el tono de voz, parece realmente enfadado
  • Sí... es que me apetecía mucho, perdona – a esas alturas ni siquiera se me pasaba por la cabeza vacilar, era la verdad, lo hice a sabiendas de que estaba mal y en esos momentos me dio igual.
  • Si te digo que no, es que no
Ya no podía más, me dolía mucho, empezaba a resoplar y era incapaz de estarme quieta. No habían sido muchos azotes, no creo que me diese más de treinta. Todo iba muy rápido. Tiene una forma de azotar que realmente duele, quizá sea por el gran tamaño de sus manos o porque es muy grande y no acaba de medir su fuerza, no lo sé. No podía más y puse mis manos para frenar el siguiente azote.
  • Quita las manos – dijo con una voz súper autoritaria
  • Uff, es que no puedo
  • Quita las manos – me dice elevando el tono de voz
  • De verdad que no puedo – normalmente le echo cuento al asunto, pero esta vez era verdad.
Me coge ambas muñecas y me las sujeta en la espalda con una de sus manos reanudando la azotaina. Son pocos azotes los que me da después, quizá cuatro, no lo recuerdo. Acerca una almohada y la pone bajo de mis caderas para dejar mi culo bien expuesto. No puedo verlo pero tengo la certeza por como me arde que debe estar de color rojo oscuro. Oigo el tintineo de una hebilla, resoplo, nunca me habían azotado así, la idea de no poder seguir pasa por mi cabeza, pero soy consciente de lo que he hecho y, al menos por el momento, no voy a usar mi palabra de seguridad. Me llevo las manos a la cara y la hundo en ellas, el pelo me cubre la cara y se escucha mi respiración entrecortada. El primer azote con el cinturón cae en mi culo cruzándolo prácticamente entero y doy un respingo. No es como lo había imaginado, curiosamente el cinturón me dolía menos que su mano, pero el sonido que hacía al impactar sobre mi piel parecía que fuese peor de lo que en realidad era. Siguieron cuatro más y yo empezaba a resoplar, a modo queja, en un intento disuasorio. Hizo una breve pausa, me acarició el pelo y me lo apartó de la cara.
  • Mírame
Giro la cara con un poco de resignación, la situación me avergüenza, aunque no tanto como esperaba, porque difícilmente puedo centrarme en mucho más que en sus palabras y el dolor. Estoy seria, mi cara refleja arrepentiemiento real, sumisión. La verdad es que en ese momento me hice pequeña y en cierto modo me sentía avergonzada.
  • ¿Tienes algo que decir?
  • No lo haré más
  • ¿No lo harás más? - permanece serio y deja entrever que la respuesta no le convence
  • Bueno, intentaré no hacerlo más, de verdad, te lo prometo
  • Bien – me dice mientras me acaricia el pelo y baja su mano por mi espalda hasta pararse al final sujetándome fíermemente
Una ráfaga de azotes rápidos forman un estruendo, tenso el culo, vuelvo a girar la cara tapándola con mis manos. Cuando creo que voy a llegar a mi límite termina la azotaina. Me quedo inmóvil en esa posición, en cierto modo estoy desconcertada, me he quedado en blanco. En cierto modo lo que acaba de pasar me abochorna. Me acaban de dar una zurra en el culo como si fuese una niña que se ha portado mal. Está feo que diga esto pero, siempre había imaginado esto con hombres mucho mayores que yo, supongo que es porque en mi mente eso le restaba vergüenza a la situación. El hecho de que fuese un chico que me saca pocos años y que, además, me resulta tan atractivo hace que mi sentimiento de humillación sea mayor.
  • ¿Estás bien? - yo asiento con la cabeza, pero soy incapaz de mirarle.
  • Échate a un lado - tras unos segundos que se me hacen eternos me empuja suávemente hacia el otro lado de la cama 
  • Ven
Soy incapaz de hablar, tampoco me ha dado por llorar como pensé que seguramente pasaría. Estoy cortada, retraída. Él intenta rodearme con su brazo pero mi primera reacción es apartarme, no sé muy bien por qué.
  • Ven anda
Me rodea con sus brazos y me lleva hacia su pecho, ambos estamos tumbados, pero es tan grande... que me siento muy vulnerable y pequeña a su lado. Me besa en la cabeza y me acaricia, primero el pelo, luego la espalda y vuelve a besarme.
  • ¿He sido duro?
  • Sabes que te lo merecías, ¿verdad? - su tono ahora es más relajado, diría que compasivo
  • ¿Volverás a ser desobediente?
  • No
Me levanta la cara pero soy incapaz de mirarlo a los ojos así que miro hacia un lado.
  • Mírame – me resulta incómodo hacerlo, la verdad, pero no estoy muy para contrariar
  • ¿Me prometes que serás obediente? Es por tu salud...
  • Lo intentaré
Me besa en labios, en la mejilla, otra vez en los labios. Vuelve a acariciarme la espalda, las nalgas. Mi mejilla se pierde en su torso, no quiero que este momento se termine. Y así, entre las caricias y en sus brazos, nos dormimos.

Siempre pensé que una situación así me generaría excitación al momento. La primera vez que viví algo parecido fue lo que pasó. Si bien es cierto que no me excité en el momento, me he masturbado muchas veces recordando esta escena. Cambiaría cosas, por supuesto, por ejemplo que no fuese tan intenso y corto o la posición pero, como él dice, es un castigo, no pretende que me guste...