Llevo muchos años imaginando
situaciones, fantaseando acerca de cosas que me gustaría que
pasaran, otras que tenía claro que no iban a suceder. A veces no es
pura fantasía si no la idealización de situaciones por las que
pasar. Imaginando segundo a segundo, sentimientos, pensamientos,
entorno... todo tan detallado como si pudieses vivir una película
que puedes rebobinar y adelantar a tu antojo. Esto me genera
placer, mucho placer pero, he llegado a la conclusión de que no
hacerlo o hacerlo poco, es mejor. ¿Y porqué? Pues porque cuando has
imaginado tantas veces una situación con sus múltiples variantes,
cuando llegas a ella, nunca es tan intensa como pensaste. Mi trabajo
es estresante, pasamos por situaciones vitales por las cuales lo
anteriormente citado es un arma para perfeccionar tus actuaciones y
adelantarte a los acontecimientos, para que, llegado el caso, no te
sorprenda nada, los nervios no te traicionen y puedas ofrecer
servicios de mejor calidad. Sin embargo, en situaciones reales me
lleva a pensar que lo iba a vivir con una carga sentimental más importante, cosa imposible
si tu mente se ha acostumbrado a ello. Aunque en ocasiones sea una
mezcla de sensaciones con matices desagradables me gusta pasar vergüenza, estar en tensión, la
incertidumbre, las cosquillas que te produce la adrenalina en el
estómago cuando pasas por una situación estresante... Y es por esto
por lo que voy a darle el alto a mis pensamientos, para sentir más intensamente.
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