Quise mostrarme benevolente y le advertí sobre lo inapropiado de su actitud. A pesar de ello, persistió en su insolencia, por lo que no me dejó otra salida que aplicar un correctivo adecuado a su comportamiento.
Con el primer azote, entendió lo equivocado de su conducta e intentó enmendar su error, pero la indulgencia no era una opción, necesitaba un severo correctivo.
Aún recuerdo como se le demudó la cara al ver las pinzas. Aunque intente ocultarlo, las detesta y pensé que así recordaría cual es su lugar y como debe comportarse. Me gusta ver como cierra los ojos y se muerde el labio para no decir ninguna barbaridad. Sabe que debe mantener unos buenos modales.
Acabó suplicando que parara y reconociendo lo inapropiado de su actitud. Desde entonces no ha vuelto a desobedecer las normas que tiene impuestas.
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